Me encantaría hablaros del miedo desde mi propia experiencia personal, pero para hablaros de él tengo que contaros mi historia con el volcán Chimborazo y de sus 6.310 metros de altura que lo convierten en el volcán más alto de Ecuador y el punto más cercano al Sol del planeta.
El Chimborazo es un volcán con una presencia inigualable, es majestuoso y se le conoce como Taita “padre” ya que según cuenta la leyenda, en el pasado luchó con el Taita Cotopaxi por el amor de la bella Tungurahua, se le atribuye al Chimborazo la victoria de la batalla que dio fruto al nacimiento del Guagua Pichincha o bebé Pichincha, es por eso que cuenta también la leyenda que cuando Guagua Pichincha llora, mama Tungurahua ruge.
No sé si podréis imaginaros después de conocer la leyenda y verlo tantas veces desde la cumbre de las montañas próximas a Quito las ganas que tenía de conocerlo en persona, y al final, cuando se desean las cosas, a menudo suceden. Fue mi amigo Edu quien me propuso hacerle una visita, la idea era hacer unos trabajos en altura hasta los 6.000 metros, sin ánimo de hacer cumbre ya que íbamos sin guía. Obviamente yo me moría de ganas.
Llegamos a la tarde y cenamos algo en el refugio, estuvimos aclimatando un poco y sobre las 12 de la noche nos dispusimos a subir, los ascensos en los Andes son por la noche por el estado del hielo. Subíamos muy rápidos, adelantando en poco tiempo a las cordadas que habían salido sobre las 11:00 pm. Llegamos a la zona de poner crampones juntos, paramos y nos dispusimos a poner crampones, Edu es una persona fortísima en la montaña, ha nacido en altura y su pasión por los nevados le han hecho coger una destreza excepcional, pero en aquel entonces yo estaba algo más fuerte, por lo que se puso los crampones antes que yo y me dijo que iba avanzando, que no tardaría mucho en cogerlo, yo tardé algo más en ponerlos y comer algo que llevaba en la mochila, a los pocos minutos salí y fui avanzando con paso bastante rápido pero no había ni rastro.

No llevábamos track, en teoría se supone que veríamos cordadas durante todo el ascenso, aunque él que ya había estado en bastantes ocasiones me explicó el camino y fui avanzando con la ilusión de verlo, el tiempo pasaba pero ni rastro… sobre la cota de seis mil metros, llegó el punto de inflexión, había que hacer un paso por una pequeña pared de hielo, todo y no ser una montaña técnica al ir libre, no cordado, y no llevar piolet de escalada o de tracción, y bajo la luz que ofrecía mi frontal, ese paso estaba bastante expuesto y cualquier fallo, cualquier resbalón, podría suponer una caída de cientos de metros montaña abajo.
Estuve valorando la situación durante algunos minutos, el llevar solamente un piolet y ninguna cuerda de apoyo no me dio ningún tipo de confianza y se produjo el bloqueo, mi cabeza quería avanzar pero mi cuerpo no veía donde apoyarse para estar seguro, el riesgo era demasiado grande, inasumible, el Taita me daba un aviso; así no Jose. Quizá la montaña consideró una falta de respeto el modo de ascenso rápido y “suelto” de un desconocido para una primera cita, pero creo que escucharlo era importante y lo mejor era hacerle caso, es una montaña que se ha cobrado bastantes vidas, pocos años antes, en 2012 se llevó la vida de otro español considerado experto en escalada.
Durante esos minutos de bloqueo tuve un miedo que no había vivido nunca antes, ver el precipicio, la pared, mi piolet y los crampones, sin encontrar un punto de apoyo para salvar esa pequeña escalada teniendo claro que cualquier fallo al levantar el piolet o el crampón podía significar un resbalón que pusiese fin a todo me paralizó del miedo. Tomé la decisión de dar media vuelta y volver sobre mis propios pasos. En eso momentos aceptar que tenía miedo y lidiar con el ego que te quiere llevar hasta la cumbre casi a toda costa para conectar con el ser que te lleva a casa al lado de la familia, amigos, y de los tuyos, fue decisivo. Las batallas con el ego son duras, pero cuantos se han quedado allá arriba por no conectar con la esencia y vencerlo a tiempo.
A menudo, sentimos miedo en muchos aspectos; la gestión del fracaso o la percepción de esta a no cumplir las expectativas que depositan o depositamos en nosotros mismo y en los resultados esperados, miedo al cambio, poniendo fin una relación laboral que nos proporciona más frustración que beneficio la cual se aleja de nuestras propias intuiciones, aferrándonos a la creencia limitante de “más vale pájaro en mano que ciento volando”, el miedo nos protege del abismo y del peligro real frente a la muerte, pero cuantos abismos reales nos encontramos en nuestro día a día.
En esos momentos en los que percibimos miedo, es bueno mirar con perspectiva, trasladarnos a la última vez que tuvimos miedo de verdad, miedo sobre nuestra vida o sobre la integridad de personas queridas y ver que tan lejos o distantes estamos de aquella última situación de miedo, es ahí cuando el miedo se relativiza volviéndose casi anecdótico.
Luego, transportarnos al lugar donde realmente deseamos estar y las diferentes vías para alcanzarlo. Seguramente ahí descubramos que nuestros miedos no son auténticos, sino más bien el resultado de una creencia limitante que nos aferra en una zona cómoda, y que al no comportar riesgos ni peligros hacia nuestra persona… ¿Por qué nos impide dar ese paso tan anhelado? Y pensar, que si estamos aquí, si no nos quedamos allí, ¿Por qué no podemos intentarlo?